29/3/16

Cuentos: "EL IDIOTA" - Ernesto Langer Moreno

 
EL IDIOTA.  
Ernesto Langer Moreno
 
Era un idiota porque era un idiota y eso a él le bastaba para sentirse como tal. A costa de tanto repetírselo había terminado por resignarse y por tomar el aspecto insólito y descuidado de quien no tiene sesos. A veces podía sentir un hilito de baba resbalando por la comisura de los labios y mancharle la camisa en el pecho, pero lo más evidente era su torpeza física que lo imposibilitaba para subir una escalera como cualquier mortal. Tenía que andar a saltitos cuidando de no tropezarse y ser el hazmerreír de la gente. Y todo desde pequeño, desde que tenía uso de la razón, si es que algún uso tenía; porque jamás se pareció a los otros y muchas veces tuvo que soportar la burla y el desprecio de sus semejantes.

Sus padres no habían querido tratarlo nunca de forma especial, pensando tal vez que con eso lo ayudarían a adaptarse mejor. El recibió siempre el mismo trato que sus hermanos, nunca menos, nunca más. En su casa no hacían diferencias, e incluso, aunque él era un idiota también él era el mayor, y en su familia el ser el mayor era una posición de respeto.

Hasta lo habían enviado al colegio, pero allí les dijeron que era inútil y que debían llevarlo a alguna escuela para retrasados. De rabia entonces su madre había decidido enseñarle ella misma. Pero tampoco aprendió. Se le confundían las palabras con los números y lo único que fue capaz de aprender fueron unos cantos.

Su madre se aferró a esto creyendo reconocer por fin alguna habilidad y desde entonces el idiota debió aprenderse la letra de innumerables canciones, de todo tipo, bajo la presencia y tutela de ahora toda su familia, sorprendida y maravillada con este progreso.

Una de sus hermanas tocaba el piano y fue ésta la encargada de componer algunos temas especialmente para él. Y él los cantó con tan asombrosa habilidad y entonación que esto mismo le valió el apodo de "ruiseñor de la familia ".

Con el tiempo sus hermanos se graduaron . Algunas de sus hermanas contrajeron matrimonio y hasta le dieron unos simpáticos sobrinos, los que sin reparar en su evidente retraso jugaban con él fascinados tardes enteras en el jardín.

Su padre murió una mañana de una larga y penosa enfermedad y desde su mundo especial sintió esa partida como un cuchillo que le desgarraba el corazón. En el entierro le pidieron que lo despidiera cantando, y entonces cantó, y cantó tan dulce y emotívamente que los oyentes fueron transportados y removidos por su voz. Nunca antes habían escuchado cantar de esa manera, por lo que era una revelación. El, sin embargo, seguía cantando como si los demás no existieran, diciéndole adiós a ese padre que tanto lo amara y de quien había heredado el color verde de sus ojos y la forma larga y delgada de su nariz.

De este modo sólo quedó él acompañando a su madre quien desde la muerte de su marido se había vuelto melancólica y se pasaba largas horas sentada frente a la ventana mirando con los ojos fijos hacia alguna parte imprecisa del jardín.

La casa se les hizo enorme y con suerte la vendieron para mudarse a un departamento pequeño y elegante en un acomodado barrio residencial.

Allí el idiota fue otra vez la víctima de la curiosidad de los demás. Primero se burlaron y lo despreciaron como a cualquier ser anormal... Hasta que lo escucharon cantar.

Entonces su voz se hizo famosa y las muchachas del barrio se prendieron locamente del idiota. A ellas no les importaba verlo babear y tropezar sin razón con tal de escucharlo. Su voz las embrujaba de una manera misteriosa y más de alguna le ofreció sus encantos , a lo que el idiota accedió sin muchas complicaciones.

A esto siguió que un sello discográfico se interesó en grabar un disco con su magnífica voz. Lo maquillaron y vistieron a la moda para darle un nuevo look. Apareció en todas las revistas de espectáculo y subió hasta alcanzar los primeros lugares del ranking musical.

Pero, aún así él continuó como siempre, sencillo y anormal, baboso y torpe físicamente, sin la más mínima posibilidad de recuperarse. Aunque esto, ahora, gracias a los esmerados y concienzudos cuidados de los managers de la compañía, ninguno de sus fans debía siquiera llegar a imaginárselo.
II
Y así comenzó una doble vida que le obligó a mudarse nuevamente y que lo confinó a una agradable residencia, pero en donde tenía la expresa prohibición de la compañía de no hacer amistades ni mostrarse entre los vecinos.

Su madre lo había acompañado en silencio pensando en la oportunidad que esto significaba para su hijo y estuvo dispuesta a seguir obediente las directivas de la empresa.
Salían ahora, exclusivamente, cuando el auto de la compañía los recogía para que fuera a grabar o a alguna actividad publicitaria, las que por cierto eran siempre secretas y en las cuales no se permitía ningún extraño.

El personal lo trataba con cariño y hacía esfuerzos intentando crear a su alrededor un ambiente de supuesta normalidad. Cuando tropezaba sin quererlo, por ejemplo, los demás fingían ignorarlo y su madre se encargaba de mantenerle siempre la boca seca con un pañuelo.

Las sesiones de fotografía les resultaban enormemente tediosas al tener que posar durante horas bajo el calor sofocante de las luces y al tener que soportar el excesivo maquillaje con que lo convertían en el ídolo de miles de seguidores apasionados.

Grababan dos o tres veces por semana y su éxito no decaía, al contrario, sus temas permanecían durante semanas en el ranking y la compañía comenzó a sentir la presión de los medios, aburridos como estaban de tener que recibir toda la información ya preparada y de no poder entrevistar y presentar a la estrella directamente a su público.

El idiota, claro, vivía completamente ignorante de toda esta clase de avatares y se limitaba a cantar y a disfrutar de los placeres que la Western Golden Sound le proveía.

El problema pasó a mayores cuando, por vender tantos discos, le dieron el disco de platino. Anteriormente, la madre había recibido premios en su nombre arguyendo una indisposición pasajera del idiota. Pero, esta vez sería difícil hacer lo mismo. La expectación era tremenda y todo el ambiente artístico comenzaba a preguntarse lo que ocurría.
_ ø Qué haremos ? _ se preguntaban los encargados, y se rebanaban los sesos pensando en cómo presentar al idiota en público sin que todo se desmoronara.
El asunto no sería difícil si se tratara únicamente de una breve entrevista y de recibir el premio, porque entonces podrían presentar algún doble, pero, seguramente, querrían también escucharlo que cantara.

Una semana antes de la fecha programada para la entrega del premio se reunió en pleno el comité creativo de la compañía y para algunos fue una verdadera sorpresa cuando les presentaron al artista, aunque ya habían sido advertidos de actuar como si nada.

El idiota no dijo una palabra y se mostró más bien excitado ante quienes le habían pedido que se presentara. En su fuero interno comprendió que detrás de esos rostros sonrientes habían también extraños personajes que lo examinaban; y de un tiempo a esta parte todo aquello lo tenía cansado, además que estaba aburrido de la disciplina que le imponían y sentía ganas de ser libre nuevamente. El asunto no era fácil. Para ninguno.

El día del evento, faltos de una mejor opción, decidieron presentar al idiota para que recibiera el premio. Las respuestas las daría su madre, con el pretexto de una pequeña complicación transitoria del artista.

El idiota subió al escenario acompañado por el manager y su madre quienes pusieron mucha atención a que no se tropezara. Así y todo tropezó pero, el público tomó este saltito como una gracia de la estrella y aplaudió. Los dos acompañantes respiraron aliviados.

El que entregó el premio eso sí notó al abrazarlo una cosa rara: la camisa mojada por la baba y, tal vez, una excesiva cantidad de maquillaje, pero, pensó que era alguna excentricidad del cantante y no le dió tampoco mayor importancia.

Cantó un sólo tema y el público lo aplaudió a rabiar. Así, cuando el evento terminó todo parecía haber salido de las mil maravillas.

Sin embargo algo en el idiota había cambiado. Hasta ese momento había cantado frente a un micrófono o ante un reducido número de personas. Pero, esto había sido diferente: demasiado público y periodistas acechándolo. Y desde entonces no pudo conservar su tranquilidad.

Se volvió triste y silencioso y comenzó a quedarse por los rincones en cuclillas sin que su madre ni nadie lo pudiera hacer cambiar de actitud.

No quiso tampoco volver a cantar y sin que pasara mucho tiempo a todos se les hizo evidente de que había caído en una profunda depresión.

La compañía decidió cerrar el caso echando a correr la noticia de la muerte del artista por motivos naturales y dejó a la familia libre para que se encargara del idiota con la única condición de hacerlo desaparecer de la vida artística para siempre.

A la familia no se le ocurrió nada mejor que internarlo en un asilo para retardados en el que eran especialistas en este tipo de casos.

Allí el idiota, con el pasar del tiempo, recuperó la voz a medias, pero suficiente como para alegrar a los otros internos, quienes, rápidamente comenzaron a juntarse a su alrededor, alentados por los médicos , los que veían en esa ahora suave y apagada voz, la mejor de las terapias.
III
Para el invierno la compañía de seres semejantes y la paciente atención de los terapeutas habían logrado que el idiota se recuperara un poco, aunque su voz continuaba con ese mismo tono menor que tenía desde el colapso ocurrido después del evento de la entrega del premio.

La quietud del lugar y el buen trato que le procuraban permitían a su madre retirarse tranquila los fines de semana, después de su visita. Ella jamás perdía la esperanza de que su hijo saldría de ese túnel oscuro, y el sólo hecho de verlo cantando entre sus compañeros la hacía sentirse feliz.

Entretanto los médicos aprovechaban la estadía del interno para practicar con él diversas terapias; verdaderos experimentos con los que intentaban devolverle lo perdido, pero, además, despertar también en él alguna otra cualidad o gracia dormida que lo devolviera definitivamente a su familia y al mundo.

Lo incluyeron en varios programas de estimulación creativa sin que se lograra ningún resultado. Pero, tampoco perdieron la esperanza y continuamente su tema era revisado en las juntas de médicos.

El caso, sin embargo, dió un vuelco inesperado un día en que el idiota, acercándose a una de las internas que practicaba su terapia en el jardín, la vio en medio de un arco iris de aceitosos colores y un ramillete de pinceles con los que pintaba manchas disparatadas, y se le quedó mirando fijamente hasta que ésta lo invitó a compartir con ella ese placer de los garabatos arrojados sobre la tela con la libertad de un espíritu sin ataduras.

El idiota tomó un pincel y a los minutos estaba completamente pintado, sintiendo un placer inaudito al colorear sus manos de azul y sus piernas y estómago con un verde esmeralda.
Antes de que continuara, una asistente que lo observaba tuvo que interrumpir lo que ya tomaba el aspecto de un arrebato y casi por la fuerza debió llevárselo para quitarle el óleo esparcido por todo su cuerpo.

Desde entonces no pasó un día sin que saliera al jardín y observara maravillado a su compañera jugar con los pinceles y colores, hasta que reclamó para él igual placer y los mismos instrumentos de juego.

Los doctores, que aplaudieron este súbito interés por la trementina y el aceite, no demoraron en obsequiarle un estuche con óleos, pinceles y muchas telas.

Ahí empezó el delirio: los rojos y los amarillos salpicados de una azul desenfrenado; pinceladas lanzadas sobre la tela como tigres lanzándose sobre su presa; blancos puros resguardados celosamente por oscuros y agresivos centinelas .

Al idiota le gustó tanto el juego que tenían que obligarlo a detenerse a la hora del almuerzo y cuando la oscuridad era tal que no podía verse nada.

Esto hizo que su vida cambiara nuevamente. Mientras estaba frente a la tela se comportaba de forma más bien inquieta, pero luego, al dejar los pinceles, se le notaba en el rostro una tranquilidad pasmosa, casi digna de un santo.

Los colores se convirtieron en su mundo y llegó a dominarlos con la misma destreza que antes las notas musicales, volviendo a destacarse por su talento.

Ya no era novedad la acabada expresión de sus pinturas ahora colgadas en casi todas las paredes del asilo. Su producción era tan magnífica y numerosa que la dirección se decidió a pedirle a la familia permiso para comercializar las obras.

Su madre, otra vez sorprendida por el talento de su hijo no tuvo que pensarlo dos veces y ella misma se ofreció para organizar las exposiciones de venta.

A éstas concurrieron muchos interesados cuando supieron que la obra allí expuesta pertenecía a un retardado quien, al parecer, poseía un talento asombroso. Y los cuadros comenzaron a venderse copiosamente.

Mientras tanto el idiota seguía pintando. Y cuando los médicos quisieron darlo de alta y le explicaron que ya podía marcharse y reencontrarse con su familia, éste se negó rotundamente a dejar la tranquilidad de esos patios y la estimulante compañía de sus amigos. No hubo caso.

Hasta allí llegaron entonces artistas de renombre a conocer este nuevo prodigio del arte y todos, sin excepción, quedaron sorprendidos al conocer la idiotez de sus semejantes, y entre ellos a ese par digno de los más altos elogios.

De nuevo aparecieron también los reporteros inquiriendo información sobre el idiota, quien al enterarse de quienes eran ni siquiera quiso recibirlos.

Su madre intentó explicarle que esto no guardaba ninguna relación con su experiencia pasada pero, el idiota se irritaba por el sólo hecho de que se los mencionaran.

Así, tranquilo y rodeado de los suyos, seguía pintando y ganando la admiración de los entendidos. Su arte parecía estar alcanzando el pináculo de la fama, mientras él prefería continuar allí recluido con la sóla ambición de jugar a ese entretenido juego todo el día y sin interrupciones.
IV
Su mundo hubiera continuado tranquilo, según su gusto, si no fuera porque un reportero aguerrido logró saltar los muros del asilo y le tomó algunas fotos. Esta fueron publicadas en todos los medios de comunicación como unas de esas fotos tomadas a personajes célebres difíciles de ser fotografiados. Y para desgracia o buenaventura de algunos, en estos medios pudo verlas casi todo el mundo.

El primero en saltar fue el Presidente de la Western Golden Sound quien se sintió traicionado y con una demanda escalofriantemente millonaria amenazándolo. También, como éste lo temía, las vieron algunos fans que aún lo recordaban con nostalgia y que a pesar de los cambios en su rostro debido a la ausencia total de maquillage, pudieron reconocerlo.

No tardó mucho tiempo entonces para que una multitud de antiguos fans enardecidos se juntaran ante las puertas de la Western Golden Sound para inquirir información sobre su ídolo.

Los managers de la compañía no pudieron sino reconocer el engaño y trataron de explicar lo delicado que había sido el asunto y lo comprensible que era, según ellos, el haber tenido que manejar la situación de esa manera.

- "Nadie hubiera querido pagar un centavo por ver a un idiota baboso y que trastabillaba sin razón cada dos pasos- - dijeron los managers - ese era el asunto entonces; por lo que es comprensible "

Pero, los fans al escuchar tamaña revelación sobre su ídolo se resistieron a creerlo y pensaron que se trataba de una mentira más de la compañía que intentaba, con esta sucia treta, eludir sus responsabilidades. Así que obtuvieron la dirección del asilo.

Allá hicieron tal alboroto que tuvo que concurrir la policía. El director del asilo la había llamado argumentando que amenazaban el reposo de sus pacientes junto con amenazar el orden público. Aunque, claro, los fans continuaron gritando y, después de un rato, se pusieron a cantar un tema del idiota que comenzó a entonarse allí entre la multitud, como un murmullo, hasta que alcanzó las alturas de un himno apoteósico.

- " Vida mía yo te adoro, yo te adoro " - cantaron todos, sin tener muy claro lo que hacían. Incrédulos y choqueados con la sóla idea de que todo resultara verídico; porque en sus corazones aún no decidían si lo más increíble era que su ídolo fuera un verdadero idiota, o que aún éste se encontrara con vida cuando todos lo creían muerto.

- " Y te amaré por siempre " - continuaron.

El idiota que no era sordo los escuchó afuera cantando y sintió una mezcla rara, entre temor y nostalgia, pero no dejó en ningún minuto los pinceles y siguió poniendo amarillo sobre un montón de líneas cruzadas buscando un efecto de pureza entre esas marcas de rabia, disfrazadas de verde y rojo sobre una enorme tela blanca.

Como los manifestantes no paraban y después que la madre hubo explicado el por qué de tanto alboroto al Director del asilo, a éste se le ocurrió ir a pedirle al idiota que saliera a saludarlos, asegurándole de que él en persona lo respaldaría y de que no había nada que temer, en ningún caso.

Pero, éste persistía en hacer como si no lo escuchaba y las únicas muestras que dió de sentirse interpelado fueron unas sucias pinceladas que lanzó sin darse cuenta.

El Director insistió, y si no hubiera sido por el enorme respeto y cariño que el idiota le profesaba, no hubiese salido jamás de ese encierro en que todos sus sentidos se desconectaban del mundo exterior, y por donde ya casi había decidido internarse con su espíritu. Afuera los fans continuaban cantando.

Con su paso torpe y la baba cayéndole como siempre por la comisura de los labios, el idiota apareció por una de las ventanas mientras quienes lo iban reconociendo se quedaban mudos al constatar su desgraciada apariencia.

De pronto, se hizo un silencio terrible y hubo un momento gran espectación en que los ojos de todos se clavaron en el insólito personaje de la ventana.

El director mismo no pudo evitar el sentir un pequeño cosquilleo atravesar todo su cuerpo, signo de una emoción inesperada. En ese momento algo pasó también por la cabeza del idiota y, sin que alguien pudiera decir algo, se puso a cantar como en los viejos tiempos, dejándolos a todos además de mudos, con la boca bien abierta.

Su madre no podía creerlo; sus compañeros del asilo no lo habían escuchado nunca cantar de esa manera; y sus antiguos seguidores cayeron inmediatamente bajo el embrujo de esa voz maravillosa.

Los infaltables fotógrafos apuntaron sus cámaras hacia el idiota quien no tuvo ningún problema para seguir cantando, hasta que cuando terminó de hacerlo, absolutamente todos, sin excepción, lo aplaudieron a rabiar hasta el cansancio.
V
Lo sucedido volvió a cambiar la existencia del idiota y la de su madre, quien después de lograr convencerlo de que abandonara el asilo, planeó llevarlo de viaje para que, según ella, la presión de sus seguidores disminuyera y pudiera adaptarse al mundo con más confianza.

Decidieron visitar algunos parientes. Una prima de la madre que vivía en un tranquilo pueblo costero era el lugar ideal donde pasar desapercibidos y descansar.

Pequeña y pintoresca la casa estaba lejos de cualquier otra y cuando llegaron recibieron una acogida cariñosa. Llegaron el jueves como a las once de la mañana y por el momento se encontraba únicamente la prima que preparaba el almuerzo, aumentado de dos porciones, sabiendo que vendrían.

El idiota recibió los besos de su pariente quien no se cansaba de decirle lo mucho que habían escuchado hablar de él y de lo orgulloso que se sentían de formar parte de su familia.

Almorzaron los tres y luego disfrutaron del sol sentados en la terraza. Así se les pasó la tarde.

A eso de las siete llegó el marido de la prima acompañado de su hija, una morena esbelta, como de unos veintitantos años y con libros bajo el brazo.

El marido los saludó primero. Luego lo hizo la hija; y ésta no pudo ocultar su sorpresa al enterarse que el idiota era nada menos que su famoso primo, el pintor y cantante de quien su madre tantas veces le había comentado y de quien hablaban en los diarios y en la radio.

Sus ojos se fijaron sin quererlo en ese habitual hilito de baba que caía de su boca y sin saber que hacer le dió un beso rápido en la mejilla.

- " ø Cómo estás ?"- le dijo - y luego abrazó a su tía y le mencionó lo feliz que la ponía su visita.

Se sentaron de nuevo en la terraza y la prima comenzó a hablar de los estudios de su hija , quien al parecer era brillante.

El idiota miraba hacia el horizonte y la muchacha lo miraba a él nerviosamente a intervalos regulares, sin poder sustraerse a una atracción casi morbosa.

Tal vez pensaba ella al mirarlo en el " cómo era posible"; en que era "para no creerlo"; en lo "increible que son las cosas". Sin dudas que ese día le quedaría para siempre en su memoria.

El fin de semana bajaron todos a la playa y el idiota por primera vez en su vida pudo sentir el agua del mar llegarle hasta los tobillos.

Entonces recién se fijó en esa morena esbelta que era su pariente y que ahora luciendo un pequeño bikini mostraba deshinibida toda la plenitud de sus curvas.

El idiota tampoco había visto antes unas curvas como esas.

La muchacha que sentía curiosidad por el artista intentó entablar una conversación y comenzó a decirle pequeñas cosas, con frases cortas, mientras dibujaba círculos también pequeños con su dedo índice en la arena. Y como el otro apenas respondía, ella inteligentemente comprendió que para lograr comunicarse con éste era necesario un código diferente.

Por el momento lo tomó de la mano y lo tironeó hasta el mar donde se bañaron. Al llegar la noche, y después de haber trabado una mínima amistad, la muchacha lo intentó de nuevo. Le pidió que cantara, pero el idiota se negó moviendo su cabeza.

- "Entonces píntame algo" - le insistió - pasándole una hoja y unos lápices.

El dibujo que hizo por algún motivo oscuro no le pareció a él suficiente y arrugó la hoja con su mano sin dejar que ella lo viera.

- " ° Ah !, tiene su carácter "- exclamó ella - y allí se terminó ese extraño diálogo.

El domingo la playa estuvo más concurrida y la muchacha le presentó a sus amigos. Como todos, éstos quedaron impresionados al ver la absurda facha del idiota pero, cortésmente, no dijeron nada. Luego supieron de quien se trataba y entonces lo buscaron para satisfacer su morbosa curiosidad. Aunque casi no pudieron acercársele, pues la muchacha lo había puesto bajo su protección femenina y, averiguando las intenciones de sus amigos, había interpuesto una verdadera barrera entre su pariente y los demás.

El lunes la muchacha no estuvo en todo el día y por primera vez también, en mucho tiempo, el idiota echó de menos a alguien que no fuera su madre.

Entonces buscó refugio en la pintura.

Ese fue el comienzo de una nueva etapa artística. Las telas se llenaron de trazos y colores alegres como nunca y su voz se puso aún más dulce y refinada.

Su madre dedujo que la estadía cerca del mar le era provechosa y decidió, con la venia de su prima, quedarse por más tiempo.

A pesar de sus limitaciones el idiota comprendió que sus sentimientos lo estaban empujando hacia algo desconocido, pero habituado como estaba al sopor y a la pasión del acto creativo, ni siquiera se preocupó, y siguió pintando.

La muchacha aparecía sólo por las tardes y para tristeza de éste se encerraba de cabeza a estudiar.
Al terminar la semana tenía listas varias telas y cuando la muchacha las vió no pudo dejar de quedar maravillada con esa mezcla de colores desenfrenada y a la vez tan armoniosa, expresión del genio más delicado, como pensó para sus adentros.
El idiota se las obsequió y a cambio ella lo abrazó calurosamente y le dió un efusivo beso en la mejilla.

Desde ese día una curiosa amistad nació entre ellos. Se les veía caminando hacia la playa; ella riendo mientras él daba sus acostumbrados saltitos para evitar tropezar. Por supuesto que nadie se atrevió siquiera a imaginar algo más, porque eso era impensable. Pero, el idiota, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano para concentrarse, si lo hacía, aunque en secreto.

Cuando hubo pasado un mes la madre quiso partir y su hijo se negó. La muchacha apoyó férreamente el hecho de que se quedaran porque ya se terminaba el año y llegaban las vacaciones. Su prima y su marido también insistieron. Así que no pudo más que acceder alegrando los rostros familiares, sobre todo el del idiota.

Y el verano llegó con sus cielos limpios y su carga de vacacionistas que, literalmente, llenaron las playas con sus cuerpos ávidos de sol. La pareja de primos pudo estrechar sus vínculos al multiplicarse los paseos y las noches de fogatas en la playa.

El idiota cantaba ahora únicamente para ella y sólo cuando ella se lo pedía, no importaba si estaban solos o una multitud los acompañaba.

El verano y la playa, según su madre, le habían hecho tan bien que ahora hasta babeaba mucho menos y por fin notaba algo de sensatez en su hijo. Un poco más, decía ésta, y se mudaban definitivamente a esos parajes, porque el cambio era realmente increible.
VI
El idiota, a su modo, pretendió comenzar a cortejar a su pariente y se desvivía en atenciones portándose como un verdadero caballero y ofreciéndole pinturas y recitales extraordinarios que mantenían a ésta, ignorante de tales pretensiones, de los más contenta y vulnerable.

Cualquiera pensaría que el idiota era incapaz de tramar una estrategia como esa pero, sin embargo, éste lo hacía y lentamente iba tejiendo su red para lograr capturar a su presa como un macho actuando bajo el impulso de sus alborotadas hormonas.

Se diría que esto consiguió cambiarlo nuevamente y que esta vez por fin pudo superar innumerables defectos pero, como contrapartida, su voz se vió otra vez disminuida y cada vez se le hacía un poco más difícil pintar sin tener que hacer un gran esfuerzo.

Esto no le importó, porque por el privilegio de tomar la mano de su adorada prima; por el sólo hecho de poderla abrazar y sentir su agradable olor en las narices, él habría renunciado a todo, incluso a esa naciente claridad de sus sentidos.

El mundo por fin se le antojaba vivo, repleto de una razón misteriosa que lo inundaba todo y que no sabía por qué milagro ahora le ofrecía un paso mucho más edificante y glorioso en su destino que el de pintar o de cantar como lo hacía.

Por fin era otro, y hasta un poco más listo. Ahora sólo quedaba para completar su felicidad poseer el corazón de su bella consanguínea.

Desgraciadamente para él, al aumentar su amor disminuyeron proporcionalmente sus talentos y llegó el día en que su garganta se negó a emitir sonidos armónicos y su mente y sus manos fueron incapaces de trazar alguna línea.

No pudo entonces continuar obsequiándole a su amada las acostumbradas pinturas ni pudo hacerla caer bajo el embrujo de su voz ahora dormida. Al principio ella lo tomó como algo pasajero pero, lentamente, fue como despertando de un ensueño y cada vez quiso mantener más su distancia, evitando a su primo y tomando extrañas actitudes de temor y de desprecio.

El idiota entonces pasó como un bólido del paraíso al infierno y soltando una gran carga de saliva que la ilusión mantenía retenida, decidió, de la noche a la mañana, volver a la ciudad e iniciar con esto una amarga retirada.

Su madre, que sospechaba lo sucedido, prefirió guardar silencio durante todo el camino por temor a que cualquier argumento pudiera aumentarle su pena o degradarle a su anterior estado. Todavía no llegaban a la ciudad cuando la gente comenzó a reconocerlo y apuntarlo con el dedo. Pero su corazón destrozado mantenía ahora sus ojos clavados en el horizonte y su mente había tomado el curso de los encierros en que solía aislarse completamente del mundo. Su madre tuvo miedo.

Al llegar al departamento, no pasó mucho tiempo para que éste se llenara de visitas y de curiosos que le pedían a gritos que se asomara al balcón y les cantará algo. Pero lo único que éstos consiguieron fue que la madre del idiota los ahuyentará lanzándoles agua fría con un balde.

Los días pasaron y la melancolía y la tristeza atraparon al idiota volviéndolo a su anterior estado de retardo. Otra vez buscó con esmero los rincones para permanecer en silencio y en cuclillas. La vida giraba y él con ella, como si para su persona todo fuera premeditadamente oscuro.

El asilo abrió las puertas con especial orgullo al recibirlo, y éste comenzó a recuperar su voz de a poco, ayudado por la quietud de esos tranquilos patios y con la solícita atención de sus amigos.

De aquella lucidez que había logrado perturbar su simple y despreocupada vida sólo quedaba un recuerdo difuso y confundido entre las otras tantas nebulosas de su memoria. La música y los colores volverían, seguramente, a ser sus dos grandes alegrías. Mientras tanto, por las noches, se acurrucaba como un niño con el dedo en la boca, meciéndose, hasta que lograba que el sueño lo tranportara hacia otro mundo mucho menos complejo y más benigno.

fin


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